20070616

Culturas Prehispánicas del Táchira

Antrp. Reina Durán

Directora del Museo del Táchira

El Estado Táchira se encuentra en el Occidente de Venezuela. Limita por el Norte con el Estado Zulia, por el Noreste con el Estado Mérida, por el Sur con los Estados Barinas y Apure y por el Oeste con la República de Colombia. La superficie es de 11.100 Km2, lo cual representa el 1,22% en relación al territorio Nacional, exponiendo una de las fajas fronterizas más extensas y activas del país. Su relieve es muy irregular con pie de montes, valles, montañas y páramos, que marcan diferencias climáticas con diversidad de vegetación y fauna en todo el Estado.

Por su versatilidad geográfica, así como por su posición fronteriza es una zona de confluencia constante de grupos humanos que han compartido sus vidas en el devenir histórico, factores que aunados, han incidido en la conformación étnica, cultural y social de los habitantes del Táchira, desde sus orígenes hasta el presente.

Según los datos Etnohistóricos para la llegada de los españoles vivían en el Táchira más de sesenta (60) parcialidades cuyo tronco lingüístico no esta dilucidado del todo, pero de acuerdo con nuestra hipótesis de trabajo inicial, la investigación efectuada y ulterior interpretación de los datos, descendían de tres grandes familias: CARIBES, ARUACOS Y BETOYS, incluyendo a la etnia Timotes como una rama de estos últimos.

Al reconstruir la Prehistoria del Táchira en su largo proceso formativo, observamos un desarrollo de las etnias autóctonas caracterizado por una heterogeneidad cultural que se visualiza en cinco segmentos principales:

El segmento 1 representado por los grupos que habitaron en el área de la Depresión y el Centro cuyos integrantes tienen una identidad filial acentuada, según las evidencias reportadas que señalan una procedencia común desde lares colombianos, similares en su configuración espacial, ecológica y climatológica a los seleccionados para pernotar en estas tierras desde 3.000 a.C. hasta 200 a.C., cuando se ramifican, extendiendo sus dominios al centro del Estado, específicamente a Colinas de Queniquea, lugar escogido quizás por sus inmensas montañas, profundos valles y mesetas que garantizaban sus exigencias de tranquilidad y protección para desarrollar un estilo de vida aldeana en particular.

Las relaciones intergrupales se mantuvieron utilizando casi las mismas rutas actuales, es decir, Mesa del Tigre, Cordero, San Cristóbal, Palmira, Táriba, Zorca, El Ceibal, etc. El intercambio mas manifiesto es el de carácter comercial que se puede apreciar en las similitudes cerámicas.

El segundo segmento comprende los grupos que procedentes de las costas y del Zulia se asentaron en el pie de Monte Norteño, extendiendo su área de influencia a García de Hevia, Ayacucho, Panamericano, Lobatera, Michelena, Antonio Rómulo Costa y Seboruco. Constituyendo los yacimientos del Municipio Seboruco, los de mayor antigüedad. Los grupos asentados

posteriormente en esta zona, son calificados por los cronistas como de origen Caribe y de carácter belicoso.

En el tercer segmento se ubican las etnias del Noreste cuyo centro principal fue Jáuregui, manteniéndose en contacto con las comunidades de Simón Rodríguez, Samuel Darío Maldonado y la parte alta de Uribante con quienes probablemente los unían lazos familiares muy estrechos y diferenciándose claramente con los del Centro, depresión y Pie de Monte por sus costumbres funerarias y estilos cerámicos. El yacimiento mas representativo y el que parece ser el de mayor antigüedad hasta el presente es Angostura, cuya procedencia y relaciones primarias están localizadas en territorio Merideño.

Un cuarto segmento con los grupos que habitaron en las orillas del río Táchira, entre los cuales destaca el yacimiento de La Rochela en el Municipio Rafael Urdaneta y cuya área de acción, en todo caso, debió ser Junín, Bolívar y Ureña.

En el quinto segmento ubicamos a los habitantes del Pie de Monte llanero los cuales se establecieron en los Municipios Fernández Feo, Libertador y parte baja de Uribante manteniendo estrecho contacto entre sí y con las poblaciones asentadas en los Llanos de Barinas, Portuguesa y Apure, lo cual se facilito por el dominio que tenían de las técnicas de navegación. El yacimiento cabecero es El Palmar seguido por El Porvenir y Los Monos.

Los segmentos delimitados no son rígidos y sólo se pretende señalar áreas de influencia de grupos que con identidades filiales compartían un modo de vida similar, ocupando determinado espacio geográfico dentro del territorio Tachirense. No se descarta la existencia de comunidades donde convergieran grupos de diferente extracción étnica y rasgos culturales dispares, es decir, sociedades mixtas por lazos parentales sin consaguinidad o de otra índole. También es posible, encontrar focos de filiación diferente dentro de un mismo segmento o en las zonas intermedias.

Los yacimientos, incluidos en los segmentos esbozados, presentan una cronología desde 3.000 a.C. hasta 1.500 d.C. y corresponden en su mayoría a sitios de vivienda y cementerios donde se han localizado diversidad de vestigios como artefactos líticos, cerámicas, figulinas, tiestos, cuentas de collar de hueso y conchas, flautas, agujas, colgandejos, fogones, restos óseos humanos y de animales.

La integración geográfica y cultural del Táchira con el Norte de Santander, aunado al hallazgo de artefactos líticos asociados con restos de mamíferos que existieron 10.000 años antes de Cristo, en la actual zona fronteriza de Los Patios y Puerto Santander. República de Colombia, hace suponer, que en esa misma época, el territorio tachirense ya se encontraba habitado.

Eran grupos de cazadores con una tecnología simple que luchaban por sobrevivir en un ambiente hostil, desplazándose detrás de grandes manadas, ocupando nuevos territorios y manteniendo su vínculo con las corrientes de agua, como las quebradas Agua Linda y La China afluentes del río Pamplonita, cuyo cauce discurre paralelo al río Guaramito desde San Faustino, llegando cerca de Puerto Santander, donde se une al río Zulia, formando una especie de lengüeta de unos cinco kilómetros promedio de ancho, distancia entre la frontera y el río Pamplonita, facilitando el transito de estos grupos humanos a lo largo de este corredor fronterizo y especialmente en lo que actualmente conforma el territorio Tachirense.

Su forma de vida era nómada, acampaban donde los sorprendía la noche, debajo de un árbol o un refugio rocoso que hubiesen visto durante el día. En algún momento de este largo deambular, las familias decidieron quedarse pernoctando en sitios donde encontraron abundantes recursos vegetales, lo cual permitía sobrevivir si la caza de mamíferos escaseaba.

Así descubrieron, principios básicos de agricultura como la reproducción de algunas plantas o raíces, la posibilidad de criar o domesticar animales, aunado a la recolección. Es el inicio de un cambio de forma de vida, es decir, nuevas formas de organización social, semi-nómada en las primeras etapas, desarrollándose lentamente hasta llegar a conformar sociedades sedentarias. Yacimientos de esta época no se han localizado aun en el Táchira, a pesar de haber explorado todas las zonas factibles que se encuentran frente a los yacimientos Colombianos donde se localizaron los restos de mega fauna.

A medida que los grupos se adentraron en el Táchira y reconocieron su versatilidad geográfica (valles, montañas, pie de montes, páramos), seleccionaron aquellos ambientes, similares y/o familiares en relieve y recursos a los de su lugar de origen.

Los yacimientos más antiguos del Táchira se encuentran en las zonas Norte y Oeste del Táchira, en Santa Filomena, La Mata. Sector San Diego del Municipio Seboruco y en el área de Capacho. La cronología estimada para estos yacimientos es de tres mil años antes de Cristo, comparten igual uso como asentamientos y cementerios, destacándose por la gran cantidad de conchas de moluscos que conforman un piso que recubre los vestigios culturales y restos óseos.

Se observa una tecnología lítica, ya diversificada que se manifiesta en artefactos como puntas aguzadas, lascas, martillos, hachas de diversos tamaños y formas, manos y piedras de moler, piedras de amolar, no muy acabados pero suficientes para afrontar una serie de actividades que estaban asumiendo a ritmo creciente en la misma medida que va cambiando su forma de vida seminómada.

Sus primeras viviendas la constituyeron las cuevas, como las que se encuentran en La Pedregosa, donde se han localizado conchas de moluscos, restos de cerámica, figulinas y artefactos de piedra. También abrigos rocosos asociados a conjuntos de petroglifos como los de La Cuchilla de Menorica, donde trazaron diferentes signos, figuras, puntos, espirales, caras, testigos de la vivencia del hombre en estos sitios.

Los entierros son de tipo primario, es decir, el difunto es colocado directamente sobre la tierra, como en el caso de La Mata y Santa Filomena donde los cadáveres descansan sobre un lecho y/o estructura de piedras no trabajadas.

Probablemente practicaban banquetes funerarios, lo que explicaría la gran cantidad de conchas de moluscos, restos de aves y mamíferos, espinas y vértebras de pescados asociados a los entierros junto con artefactos líticos, generalmente fracturados. Los vestigios cerámicos son relativamente escasos en comparación con el material lítico. Cuentas de collares hechas de hueso, caracol y de colmillos de pequeños mamíferos se encontraron en grandes cantidades, lo cual permite tener una noción sobre usos y adornos corporales de los grupos.

En la medida que transcurre el tiempo desarrollan una serie de actividades que complementan sus formas de subsistencia básica, aumentando así sus medios de vida, aprovechando mejor los recursos y consolidando nuevas formas de relación y organización social.

Es así, como se establecen en comunidades sedentarias, capaces de abastecerse mediante la autogestión y producción de recursos al mismo tiempo que subsanan los faltantes negociando sus excedentes con los grupos vecinos. De tal manera que a partir de 1.000 a.C., observamos un gran avance en los grupos prehispánicos del Táchira desde el punto de vista económico, social y cultural.

La extensión de los asentamientos, número de entierros y la abundancia de objetos permite deducir que conformaban poblaciones numerosas sobrepasando las treinta y cinco mil almas en todo el Territorio, aunque este dato no puede pretenderse exacto, si es posible confirmar la existencia de aldeas, cuyo número de habitantes era mayor del centenar, como en el caso de Zorca, Queniquea, El Ceibal, El Guamo y Angostura entre otras.

Sus viviendas variaban según el clima. En los sitios calurosos como en el pie de monte, consistían en paravientos, enramadas y chozas muy sencillas. Hacia los páramos las construcciones fueron más complejas, con muros de piedras desde la base hasta la mitad, paredes con madera y techos de hojas de helechos. La forma de las viviendas es diversa, en Queniquea predominan las circulares, con excepción de una rectangular de pequeñas dimensiones que probablemente sirvió sólo como depósito o silo de alimentos, es importante destacar el uso de la madera de helechos arbóreos como vigas y postes de los cuales encontramos restos de las bases.

En la medida que se acentúa el proceso de sedentarización, se amplía el conocimiento del medio ambiente y de las materias primas disponibles, avanzan en el manejo de nuevas técnicas de construcción y desarrollan una arquitectura que puede ser visualizada en los muros y paredes de piedra, calzadas, senderos, desagües, plazuelas y especialmente la construcción de terrazas de vivienda como las que conforman el poblado indígena de Colinas de Queniquea.

La subsistencia básica se diversifica, pues aunque la cacería continúa ocupando un lugar importante en su dieta como lo evidencia la cantidad de restos óseos de animales como venados, chigüires, váquiros, picures, lapas y ardillas, encontrados en las excavaciones, ya no es fundamental, porque sus recursos alimenticios se multiplican y son más seguros con la domesticación de pequeños mamíferos, aves y tortugas. También, porque su agricultura esta mas avanzada, empleando técnicas como el cultivo en andenes, la construcción de diques, el uso de palo o coa para la siembra, la tala y la quema en los huertos. Su práctica esta fehacientemente comprobada, especialmente el cultivo de granos, como lo demuestran las semillas encontradas en diversos yacimientos y especialmente el hallazgo de una hoja de maíz a dos metros de profundidad en el interior de un Mintoy en Angostura, además de la abundancia de piedras, manos de moler, instrumentos que demuestran el procesamiento y elaboración de alimentos derivados en épocas anteriores a 1000 a.C.

En el Guamo, en los estratos más profundos, se localizaron restos de budares, lo que permite inferir que el cultivo de la yuca fue anterior al del maíz en esta zona en particular. Conocían el cacao, como lo demuestra los restos encontrados dentro de las vasijas que conformaban los ajuares funerarios en el Ceibal y además recolectaban diversos frutos y raíces.

Partiendo de lo anterior, se puede concluir que el uso de técnicas relativamente avanzadas en la agricultura es mas antiguo de lo establecido hasta ahora por diferentes estudios arqueológicos, los cuales ubican el inicio de la agricultura intensiva en los Andes venezolanos entre 300 y 900 años d.C., mientras que los hallazgos reportados en las últimas excavaciones sugieren que tal intensificación habría comenzado antes de 1000 a. C.

La organización social variaba según el grupo, pero generalmente se basaba en los nexos familiares, con una distribución igualitaria de los recursos entre los integrantes de la comunidad. Las diferencias sociales eran pocas, aunque se observan excepciones con relación a la situación de las tumbas como en Angostura: un grupo de cadáveres envueltos en fardos, recostados a las piedras, separados de los otros por un muro circular que los rodea y presidido por un Mintoy. Igualmente por la desigualdad en los ajuares funerarios depositados en las tumbas que conforman el cementerio de La Rochela, algunos tienen sólo tres vasijas, mientras otros presentan hasta doce y con diversidad, en cuanto a la calidad de la manufactura, lo que puede significar un status y/o posición social diferente como cierta acumulación de riquezas personales o familiares.

Según las crónicas no existía un poder centralizado, sino jefes ocasionales de acuerdo a sus habilidades, pero probablemente los ancianos, los curanderos y/o shamanes si tenían alguna cuota de poder, influyendo en la toma de decisiones comunitarias y compartiendo con la familia la responsabilidad de la educación, encargándose de los ritos de iniciación y adiestramiento especial de los jóvenes.

Del siglo X al XII, ya existen poblados organizados con un desarrollo social avanzado, algún grado de estratificación social y poder centralizado. Quizás no cacicazgos definidos, pero si familias o individuos que por su experiencia y conocimientos eran respetados o tal vez temidos por los poderes que le atribuían, acatando la mayoría sus directrices en cuanto a la distribución de recursos alimenticios producidos por la propia comunidad, el intercambio de excedentes, el uso de las tierras, los bosques, las aguas, la selección de una especie en particular para la siembra, la forma de abordar un trabajo necesario para la comunidad en la cual participaban todos los miembros activos, costumbre que se conserva hasta el presente en algunas comunidades rurales del Táchira y es el llamado “convite”. Donde se reparte comida y bebida a todos los presentes, encargándose cada grupo de una fase particular del trabajo hasta concluir la tarea general propuesta.

El trabajo se realizaba en forma colectiva, aunque con separación de sexo y edad: las mujeres se ocupaban de la siembra, la recolección, la cestería y la cerámica, probablemente la caza era una actividad de hombres. La mayoría de los grupos practicaban la cestería, el tejido e hilado, pues así se infiere por los restos de fibras duras, blandas, hebras de color blanco y rojo, agujas de hueso, carretes, volantes y pesos de huso localizados.

La tradición cerámica esta reflejada en la diversidad de vasijas en cuanto a formas y decoración. Los estilos varían diferenciándose claramente en el Norte y el Sur, aunque se encuentran yacimientos con una mezcla de rasgos similares a los existentes en el Oeste y Centro del Estado.

Algunas piezas son muestras del estilo Dabajuroide asociado al Tierroide, lo cual permite establecer relaciones con yacimientos Colombianos como Tunja, Santa Marta, Altos del Magdalena, El Cauca, etc. Extendiendo esta similitud hasta Centroamérica con rasgos que se relacionan con el estilo Portacelli, cuya difusión llega hasta Panamá. Esta mezcla de estilos caracteriza a la mayoría de los yacimientos del centro del estado. Hacia el Norte se ha detectado la presencia del estilo Tocuyanoide, aunque en menor escala que otros y es posible que estos objetos sean producto de intercambios comerciales o sociales. Los colores de la cerámica eran de extracción mineral (óxidos) y vegetal como él onoto que usaban también en sus cuerpos.

La ornamentación personal de estos grupos era rica y variada. Además de la vestimenta y pintura corporal, usaban diferentes clases de collares, colgandejos de hueso, concha y azabache, así como figulinas de piedra, cerámica o azabache, que se han encontrado asociados a los restos óseos y/o entierros.

El comercio estaba bastante desarrollado, las comunidades locales usaban el trueque constantemente, especializándose en un determinado rubro como tejidos, vegetales, madera, animales, cerámica, objetos líticos, rocas, etc. Las etnias de Capacho comercializaron la cerámica suntuaria y las de Angostura los materiales líticos, es decir, piedras y manos de moler, martillos, hachas, piedras sin trabajar como el granito de diferentes colores que se encuentra en la zona, la pizarra, cuarzo y una piedra azul, sin determinar, que al parecer era muy apreciada. Los grupos de Queniquea ofrecían diversos productos agrícolas y las etnias del pie de monte mantenían un intercambio constante a través de los ríos con los grupos locales y aledaños.

La religión es un aspecto muy importante en la vida de estas comunidades, constituyendo un factor de cohesión social que integra más al grupo a través de una serie de creencias y respuestas establecidas entorno a una serie de fenómenos que no tienen para estas sociedades una explicación lógica. Sus manifestaciones, las podemos percibir en el culto funerario, en donde se denota la creencia en una vida mas allá de la muerte por los objetos y alimentos utilizados en los ajuares, las ofrendas colocadas a los lados o en el centro de los pisos de las casas a fin de ahuyentar las malas influencias, propiciando buenas cosechas y el bienestar de la familia, lo que demuestra su fe en seres superiores, cuya ayuda invocan de esta manera. Espíritus que moran en lo profundo de los bosques, en la cima de las montañas y especialmente en las lagunas, creencias que aún mantienen algunas comunidades Tachirenses.

Las ceremonias eran dirigidas por los brujos o curanderos quienes asumían el doble rol de sacerdotes y médicos. Como sacerdotes se ocupaban de los ritos de iniciación y la preparación de bebidas que usaban para las ofrendas. Construyeron sitios especiales para la celebración de las ceremonias, como la plazuela del Porvenir. El uso de las cuevas para fines religiosos parece ser más que todo después de la llegada los españoles y en general las usaron con el objeto de esconder las imágenes, los instrumentos, las bebidas y demás objetos asociados a sus rituales religiosos.

Como médicos y/o curanderos afrontaban las enfermedades con el uso de diferentes hierbas medicinales acompañadas de invocaciones, cantos y música. Flautas de hueso y silbatos hemos encontrado en García de Hevía y Zorca, también vasijas sonajeras, especialmente en el Pie de Monte.

En petroglifos ubicados en el Norte del Estado es frecuente observar escenas que representan las etapas del embarazo, desde el proceso de gestación (figuras con el feto en el vientre) hasta el momento del parto, representando el niño con el cordón umbilical que lo une a la madre. La posición utilizada para el alumbramiento era la de cuclillas.

Desde el punto de vista físico se han confirmado rasgos correspondientes a indígenas americanos de origen mongoloide, eran individuos cuyas estaturas oscilan entre 1,55 y 1,65 metros y en algunos casos más de 1.70, bien proporcionados, usaban el pelo largo, como lo demuestra la peineta localizada en Zorca la cual esta asociada a un esqueleto de hombre.

Los cráneos no presentan deformaciones marcadas y los estudios antropométricos de los restos de Santa Filomena, han detectado alteraciones físicas o enfermedades tales como: periostitis, artritis, osteoporosis. El análisis dentario revela: periodentitis, abscesos apicales, perdida antimorti de dientes especialmente de los molares permanentes, caries aunque no frecuentes. Lo más relevante es el desgaste dental, posiblemente a consecuencia de la dieta y las faenas practicadas.

Las enfermedades comunes al parecer son las reumáticas, las infecciones respiratorias y estomacales. Además de traumatismos diversos, como fractura de cráneo y fractura suturada en el aspecto distal del radio derecho, etc.

Los patrones funerarios varían mucho de acuerdo a la zona, los entierros son de tipo primario, presentando los cuerpos diferentes posiciones, de lado, en posición fetal, sedente sobre un asiento de piedra y algunos en posición supina completamente estirados. Otros son entierros secundarios, cuando el cuerpo es sometido a un procedimiento especial para deshidratarlo o bien les hacen un primer entierro y después lo remueven para otro lugar o los colocan dentro de algún recipiente. También se encuentran entierros de parejas o múltiples los cuales señalaban con círculos de piedras. Según la clase pueden ser directos o indirectos, es decir, si se encuentran en un agujero simple o dentro de una construcción hecha con propósitos funerarios como los pozos verticales en Zorca o con cámara lateral en La Rochela, también en forma de túmulos con piedras triangulares o especies de lápidas de pizarra que sirven de señalamiento, como en Queniquea.

En Angostura. Municipio Jáuregui, es importante destacar los mintoyes localizados a dos metros de profundidad y que consisten en tumbas circulares cuyas paredes externas e internas, pisos y techos recubrieron con piedras trabajadas y naturales.

Acostumbraban a depositar ajuares a los difuntos como vasijas, artefactos líticos, animales domésticos, figuras, adornos corporales y es posible apreciar diferentes formas de colocarlos: laterales, en los pies o en la cabeza del cuerpo.

En algunos yacimientos como Zorca y el Ceibal, se observa el cambio de uso de los ritos funerarios a través del tiempo, es así como los entierros secundarios en vasijas se localizan en los primeros niveles, seguidos de los entierros primarios y por último a mayor profundidad los de posición sedente que según los análisis cronológicos son los de mayor antigüedad.

La variedad de usos funerarios, el número de cadáveres, lo extenso de los cementerios en varios niveles arqueológicos, permite inferir una organización social desarrollada, una estadía prolongada en los sitios y cambios generacionales en el uso del cementerio.

Las aldeas tenían un terreno asignado para ser utilizado como cementerio colectivo pero algunas familias preferían conservar a sus muertos lo más cerca posible de la casa y los enterraban en los alrededores, razón por la cual en ocasiones se hallan entierros aislados, especialmente en Capacho donde pernoctó una población bastante numerosa.

Eventualmente se suscitaban algunos conflictos internos con grupos vecinos derivando en pequeñas guerras locales para las cuales los jóvenes estaban preparados desde su niñez pudiendo enfrentar en cualquier momento estas eventualidades. Construyeron muros de protección y de vigilancia en sitios donde podían divisar la llegada de los oponentes, como el muro situado en Morretales. Municipio Ayacucho, donde se otea hasta el Zulia. Sus armas eran las hachas, macanas, flechas, arcos, boleadoras y cerbatanas, probablemente estas gestas eran de poca duración y en general los períodos de tranquilidad y buen convivir eran más duraderos.

La estadía de los grupos en algunos sitios se prolonga durante largo tiempo, así Santa Filomena cuyo inicio se ubica en 2.390 antes de Cristo, presenta una duración hasta el siglo VI después de Cristo. Capacho, Zorca y el Ceibal desde 2.795 a. C., junto con Colinas de Queniquea, cuya antigüedad se remonta a 200 a. C., tienen una permanencia hasta el siglo XII d.C. A partir del siglo I es necesario anexar a Babuquena y el Guamo, que también perduran hasta el siglo XII. Durante los siglos X, XI, XII y XIII, El Palmar, Los Cremones, La Laguna y La Rochela, desde el siglo XV al XVII el Porvenir, Los Monos, El Fical y La Poncha. Partiendo de estas cronologías se puede observar una contemporaneidad, es decir, una coexistencia intergrupal, que puede ser reflejada en nexos familiares, religiosos, sociales, económicos y políticos.

La llegada de los Europeos en el siglo XVI con su superioridad bélica, imposiciones culturales y religiosas, originó además de los enfrentamientos y consiguientes genocidios, una desbandada, un caos total que obligó al abandono de sus actividades rutinarias, las siembras, cosechas y hasta sus escasos bienes personales. Buscaron la forma de esconderse en zonas inaccesibles para los españoles. Las aldeas fueron destruidas y abandonadas. Las familias indígenas quedaron a la deriva, los hombres y mujeres activos que caían en manos de los españoles cuando no los mataban eran confinados a los resguardos y tratados como esclavos. Los grupos que escaparon se escondieron en lo más profundo de la selva y en las altas montañas, algunos optaron por los suicidios colectivos como cuentan las crónicas sucedió en un sitio llamado El Perdedero. Municipio Simón Rodríguez, otros trataron de persistir con sus escasa pertenencias, como la etnia cuyo rastro encontramos en la hacienda San Miguel en Los Monos, sitio intricado, en el cual los indígenas, trataron de sobrevivir, pero sin lograr adaptarse a las nuevas circunstancias sociales e históricas.

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