E. Alexander Moncada
Cuando los truenos estremecían el silencio pueblerino del San Juan de Colón de la época y los rayos rasgaban la oscuridad de la noche, Don Alfredo Colmenares meditabundo y pensativo, exclamaba con solemnidad casi mística y con una especie de reverencia, ¡Ah caray la vieja Urbina está disgustada otra vez!, se santiguaba y en silencio con la cabeza gacha musitaba en voz baja algunas oraciones, luego concluida las mismas procedía a contarnos
Comenzaba Don Alfredo Colmenares diciendo: “había una hermosa princesa indígena perteneciente a una de las tribus que poblaban esta hermosa región de la meseta de la sabana de San Juan, allá por el año de 1630, era de piel canela y larga cabellera azabache, cuerpo esbelto y recio, de mirada retadora y una reciedumbre propia de las mujeres andinas, era admirada y deseada por todos los guerreros jóvenes no solo de su tribu, sino incluso de otras tribus, su belleza sin igual y su majestuosidad de diosa, habían traspasado los linderos mismos de las fronteras naturales de toda la zona, pero nadie había logrado atraer su atención e interés, a pesar de que solían obsequiarles hermosos y costosos presentes, los guerreros mas apuestos y del mas puro linaje de las tribus de toda la zona. Todo parecía indicar que sería bastante difícil pretender a la escurrida damisela. Sin embargo ya los rumores empezaban a preocuparle al Cacique Jefe de la tribu, según se comentaba entre sus pobladores, la princesa Urbina estaba enamorada de un extranjero, u7n hombre de largos cabellos como de mujer y que tenía el rostro cubierto por pelaje como si fuera un animal salvaje, también estaba cubierto su cuerpo por un caparazón que al darle de lleno los rayos del sol, refulgía como el agua pero que era duro como la espalda de la gran tortuga, usaba armas extrañas y utilizaba un lenguaje que nadie entendía, sin embargo había sido aceptado por los obsequios que ofrecía sin nada a cambio, pues andaba solo por las montañas casi muerto de hambre y de sed, todo andrajoso, el día que fue conseguido y traído a
Así que una funesta noche el Cacique acompañado por un grupo de guerreros y el por Piache de
Cuentan que la princesa Urbina aceptó con resignación el castigo y se refugió en lo más profundo y recóndito de las montañas, que bordean con sus alturas la parte alta de la meseta de
Sin embargo cuentan los ancianos que allí hay un paraje exótico de una belleza sobrenatural, donde existe una cascada de blancas aguas y de un ensordecedor bramido, mas sin embargo para llegar a ella hay que desprenderse de todo sentimiento negativo, donde debe la persona debe prepararse espiritualmente y mantener una paz de pensamiento, para poder por lo menos observar la cascada en la distancia pues sí por el contrario se va hacia ella con malos pensamientos vociferando malas palabras o ejecutando malas acciones, es inminente la casi inmediata presencia de una espesa niebla, que o permite ver un palmo mas allá de la respiración misma de la persona y un silencio tétrico invade todo.
Dicen que allí mora